Hacer la inclusión en voz baja

Panel Participativo sobre trabajo colaborativo

Acabo de llegar de Montevideo, de participar intensamente en un Seminario para la promoción de la Educación Inclusiva junto a Pamela Molina (un gran descubrimiento para mí), Silvia Bersanelli y Mel Ainscow. Traigo en mi mochila muchos aprendizajes, fruto del intercambio con estos profesionales y de otros que he tenido la oportunidad de conocer allí, como Sergio Meresman. Cada uno en su línea, pero todos con finalidades comunes, y una sintonía excelente. También he aprendido enormemente de escuchar lo que en cada actividad emanaba de los asistentes y de otros participantes, que sin ser profesionales —quizás por no serlo— arrojaban una luz nítida al lugar que estábamos mirando.

El hilo conductor de cada una de las actividades ha sido, según lo he vivido, lo que no controlábamos quienes las diseñamos: los discursos enormemente elocuentes que hacían los participantes, afectados de una u otra forma de lo que hemos venido a llamar la “educación inclusiva”, y que lamentablemente se ha venido rebozando de una dosis potente de lenguaje políticamente correcto, un poco de neutralizador de malestares, y una buena capa de aire y humo entre medio de ellas.

Durante un panel revelador, Nicole, una participante, describió la experiencia de inclusión que le había llevado a obtener recientemente su título de abogada. Concluyó diciendo, con inmenso dolor y emoción, que su madre había tenido que sudar sangre y abandonar su trabajo hacía años. Mi cabeza y mi vientre ardían. A ella le siguió Tomás, que relató su vivencia, lleno de energía. Insistía una y otra vez que siempre “se marcaba la diferencia”, que hay que “evitar que el niño con discapacidad se sienta diferente” y que los profesionales deberían tratar de “hacer la inclusión en voz baja”. ¡Qué forma tan asertiva de hacer una crítica mordaz por parte de un estudiante de secundaria! El panel continuó con la descripción de las experiencias de todos y todas, profesionales y estudiantes, con y sin discapacidad, jóvenes y mayores. Pero a pesar de que contamos nuestras trayectorias al margen de estas fronteras, las historias estaban atravesadas inconfundiblemente por esas categorías. Y eso se manifestó. Y nos dejó pensando, otra vez. Y nos sirvió para volver a situar el foco, que tiende a confundirse, porque la mayoría de las escuelas no están diseñadas para educar a cualquiera.

Estas semillas continuaron germinando al día siguiente en dos talleres. Después de que los profesionales contásemos nuestras maravillas; después de que agotásemos los tiempos para defender nuestros quehaceres; después de manifestar que estamos en el camino… una mano tímida se hizo notar. Era una madre, que hablaba en voz baja y agachando la cabeza, como para no ofender: “Mi hijo ya está en mi casa. Lo tengo en mi casa”. Y se emocionó. Ya está. Allí quedó. Los profesionales habíamos concluido nuestra tarea. Otro padre tomó la palabra —le siguieron madres y estudiantes hablando en el mismo sentido—. Contó aquel padre que habían tenido que comprar de todo para atender a su hija. Fue desgarrador, porque cuando dijo todo, quería decir todo. Hasta amistades.

Querría saber describir lo que me pasaba dentro del cuerpo, especialmente cuando una docente denunció que se estaba generalizando, y que a ella le dolía lo que estaba ocurriendo en aquella sala. Ella también lloró. Y este conflicto hizo sentir a mucha gente que lo que estaba pasando —el enfrentamiento de posturas de dos colectivos fácilmente identificables— era algo inadecuado y poco constructivo. Pero lo siento: no lo era. No solo era adecuado, sino necesario. Porque no se puede crear algo valioso y diferente desde lecturas tan radicalmente diferentes (y opuestas) de una misma realidad: lo que para unos era inclusión, para otros —¡llamados “incluidos”!— era evidentemente una exclusión. Y con ese conflicto evidenciado nos fuimos unos y otros. Los docentes a sus escuelas; el alumnado a esas mismas escuelas, aunque para ellos son otras; y yo a mi país, donde pasa exactamente igual. Pero intuyo que si yo no he vuelto igual, el resto tampoco lo ha hecho. Y pienso que es necesario agitar esa violencia revestida de paz que justifica que no se respeten los derechos humanos… Que ya está bien. La inclusión, en voz baja.

 

Seminario Educación Inclusiva Uruguay

Quiero agradecer a la Organización de Estados Americanos y a Oritel la oportunidad de seguir aprendiendo a través del diálogo.

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10 comentarios en «Hacer la inclusión en voz baja»

  1. Gracias por describir tan bien un sentimiento que nos atraviesa a muchos de nosotros!!

    Hace un poco más de 25 años que estoy en educación, vinculada desde diferentes lados. Hace casi 18 años que trabajo con convicción absoluta por una educación para todos y con todos.

    Magda, una de mis hijas, la menor de tres hijos, nació hace casi 18 años. Magda tiene síndrome de Down.

    Luego de muchas, muchas idas y venidas, algunas de las cuales cuento acá ,https://youtu.be/EFNIgg4e780, decidimos en familia, en conjunto con Magda, que ella dejaría el liceo al que iba. Eso fue al comenzar este año escolar.

    Tenía que empezar 5to de liceo, ella había optado por 5to artistico. Pero eran tantos los miedos reflejados a gritos en todas las condiciones que nos ponían para que Magda hiceria 5to, que tuvimos que decir que NO.
    Llenos de incertidumbre decidimos decir BASTA!! Basta de agregarle barreras.
    ?Cómo no nos damos cuenta que muchisimas veces, a las personas que más debemos dar una mano para derribar las barreras que los «discapacita» , tendemos a complicarles más las cosas por nuestros propios miedos, en vez de construir nuevas realidades juntos?

    Seguimos al firme trabajando por una educación, por comunidades, por sociedades para todos y todas.

  2. La educación en Uruguay es bastante pobre los maestros no están capacitados para tratar con niños Autistastampoco les importa capacitarse lo hablo con propiedad ya q tengo un hijo Autista y en el mes de febrero empezamos a visitar escuelas para inscribir a mi hijo el cual tiene Autismo leve y lo q me contestaban era que no estaban capacitados para tratarlo como si tuviera una enfermedad de contagio y nesesitas trajes de astronautas el Uruguay es muy hipocrita cada ves q hay campañas como para la Teletón todos lloran y recaudan dinero, en las escuelas los niños colaboran pero la realidad es q esos mismos niños luego descriminan, Las escuelas deberían cambiar su forma de pensar y ponerse en los zapatos de los demás y darse el gusto de conocer a estos niños que no dejan de ser como los demás …

    1. Hay toda una tarea, Patricia, que tenemos que hacer los familiares y que no podemos delegar en los demás, y es hacer ver lo que hemos aprendido del contacto con nuestros familiares, que son estigmatizados en la mayoría de las escuelas. En ese proceso, quizás podamos mostrar, también, que hubo un tiempo en el que nosotros mismos también pensábamos como quienes hoy discriminan, porque todos somos hijos de la sociedad en la que nos criamos. Y las sociedades siguen siendo excluyentes, así como la mayoría de las escuelas. Desvelar esa idea -que no dejan de ser como los demás- es permitir a esos otros liberarse de esquemas que dañan a nuestros familiares, pero que impiden a la vez que ellos mismos se liberen de formas de pensar, sentir y actuar que oprimen. Porque no siempre seremos igual de capaces, y porque todos somos diferentes al resto. Gracias por tu testimonio y un saludo

  3. Gracias Ignacio por ese resumen desde la humildad de ver todas las miradas, escuchar y registrar las ideas desde la empatía. Es maravilloso encontrar profesionales que pueden llegar a los demás con esa condición tan abierta y humana, que puede escuchar y tomar las diferentes formas de ver y sentir; es lo que estamos necesitando todos.
    Me viene la idea del pajarito que va buscando palitos de todos los árboles para crear su nido.

    1. Gracias Ema. No se me ocurre otra forma de reconstruir algo que sabemos no está sirviendo a toda la ciudadanía si no es escuchando atentamente lo que esas personas desoídas tienen que decir. Estoy convencido que las transformaciones han de venir desde ese lugar. Saludos y gracias!

  4. Ignacio, me ha impresionado tanto tu escrito que he tenido que leerlo dos veces para disfrutarlo mejor.
    Lo que en arquitectura llamamos *accesibilidad desapercibida», Tomas llama integración en voz baja.
    Me ha encantado y el sentimiento que destila tu escrito me ha emocionado.
    Gracias, gracias, muchas gracias.
    Pienso copiarte y comunicar con tus argumentos que TAN BIEN, puedo aplicar a mi actividad.
    Un abrazo
    Encantado de leerte.
    Alfonso

    1. Gracias Alfonso! Me alegra mucho que te haya servido, y también me sirve ese concepto del que hablas. Porque al final, cuando conseguimos hacer los ambientes accesibles, las personas (todas ellas) dejan de sentirse señaladas y pueden pasar a ser cualquiera. Saludos

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