Antítesis
Toda persona necesita una comunidad que le desee lo mejor, que valore quién es y lo que hace, que le anime a seguir. La escuela debe generar una de esas importantes redes de apoyo en la que cada niño y cada niña pueda crecer. Esas redes van mucho más allá de lo escolar: las amistades, la interacción que se produce entre las personas, la valoración de la comunidad con sus peculiaridades, la confianza en sí mismo/a que se genera gracias a ese contexto. Por eso es tan importante que nuestros hijos e hijas puedan estar escolarizados en la escuela de su barrio, algo que no ocurre cuando se obliga a escolarizar en centros o en aulas específicas en otras zonas. Aprendemos a vivir juntos, o separados. A que nos importe cierta gente o a que pensemos que no forman parte de nuestra vida, ni de nuestra cultura, ni de nuestro barrio. En la escuela aprendemos a regularnos dependiendo de quien tenemos enfrente, y del marco de acción que nos permita la actividad escolar. Porque a veces no sólo es importante aprender a hacer operaciones matemáticas en la escuela, por ejemplo, sino saber que el contexto en el que vives también educa: el vecindario, la tienda, el supermercado… Y que aunque todavía no hayas aprendido a sumar pueda establecerse la confianza para no temer el engaño, sino que cada espacio permita ir aprendiendo lo que es importante para progresar, respetando los ritmos de cada cual.
Esta es una de las más importantes funciones que cumplen las escuelas que son inclusivas: que contribuyen a la construcción de sociedades más respetuosas, justas y humanas. La separación escolar la imposibilita.