Antítesis
El año pasado por estas fechas me encontraba en New York, haciendo la ponencia «Los lenguajes de las personas oprimidas como esperanza«. En ella trataba de hacer ver que escuchar los discursos y lenguajes de las personas desplazadas a los márgenes es la principal herramienta que tenemos para mejorar los sistemas sociales y educativos. Este año, el COVID-19 lo ha transformado todo; ha anulado hasta el fútbol. Hoy, tanto en New York como aquí estamos confinados en nuestras casas, y hay millones de personas alrededor de todo el globo en situación de descarnada vulnerabilidad. La preocupación es enorme. Pero me pregunto hacia dónde la estamos dirigiendo.
La publicación hace unos días de este artículo de opinión en The New York Times me pareció reveladora: «My Life Is More ‘Disposable’ During This Pandemic» (Mi vida es más prescindible durante esta pandemia). Elliot Kukla, su autor, dice:
«La pestilencia del capacitismo (discriminación por razón de capacidad) y el edadismo (discriminación por edad) desatados es su propio tipo de pandemia. En Italia, ya están decidiendo no salvar las vidas de personas con enfermedades crónicas o discapacitadas, o ancianos con Covid-19. La razón es doble: tenemos menos probabilidades de sobrevivir, y cuidarnos puede requerir más recursos. Esta no es una decisión de triaje inusual en tiempos de guerra o pandemias; nuestras vidas son consideradas, literalmente, más desechables.»
En realidad, ese argumento siempre ha estado ahí, en nuestras formas de concebir la sociedad y las personas. La negación del valor de determinadas vidas está en la base de muchas de nuestras formas de organización como sociedad. Yo me vengo enfocando desde hace años en el modo en que esta realidad se materializa en las escuelas. Separamos a determinados niños y niñas porque como sociedad hemos asumido que un dispositivo tan deplorable como ese puede hacerse con personas como esas. Y es más fácil cuando las personas son nombradas como síndromes, cuadros, y hasta espectros. Podría decirse que son interpretadas como fantasmas, como algo sin interior.
Aquí, el grupo de trabajo de Bioética de la Sociedad Española de Medicina Intensiva, Crítica y Unidades Coronarias (SEMICYUC), ha elaborado un documento titulado «Recomendaciones éticas para tomar decisiones en la situación excepcional de crisis por pandemia Covid-19 en las UCI«. Pocas veces he leído un documento que me haya quitado el sueño como este. Hace explícito de manera cruel lo peor del sentido común más discriminatorio de nuestra sociedad.
Pero también esta crisis sanitaria está aflorando otros sentidos, que se van haciendo comunes, y que tienen que ver con lo profundamente humano. El cuidado, el altruismo, el reconocimiento de nuestra precariedad, vulnerabilidad e interdependencia, el valor de la vida y de los servicios públicos, la separación de lo importante de lo accesorio… En lo escolar, esta situación inédita para nosotros puede llevarnos a transitar nuevos caminos que resignifiquen el sentido y el valor de una institución tan noble como la escuela. Que cuestione la homogeneización y el acatamiento. Para ello necesitamos poner en el centro a quienes han sido ubicados históricamente en la periferia. Ahí está la esperanza.