Las prácticas diagnósticas pueden y deben cimentarse en un sentido de la responsabilidad más allá del ejercicio técnico —muchas veces ligero e irresponsable—, pretendiendo convertirse en estrategias realmente educativas, esto es, en herramientas que potencien la autonomía del individuo y de los grupos, así como su capacidad transformadora.
[Calderón y Habegger (2012). Educación, hándicap e inclusión. Octaedro, Granada].